MI PROCESO
Notas, ilusiones y desafíos
El mundo ordinario
Entré a la universidad luego de un año de incertidumbre. Las pérdidas que causaron la pandemia del COVID y la cuarentena me hacían preguntarme si ese era el momento adecuado para estudiar, si podría aceptar que mi vida universitaria empezaría con una llamada por Zoom.
Me recuerdo en primer semestre con un sinnúmero de preguntas, pero con la claridad de que el arte podría ser mi salvavidas. Puesta en escena I, con Víctor Quesada, fue la clase en la que empecé a reconocerme. Recuerdo que nos pidió que hiciéramos un collage. El mío tenía un cielo azul, estrellas, fotos de mis amigos y un helado de cheesecake de limón y pistacho. Era un collage muy juvenil e inocente, cargado de preguntas; yo tenía la expectativa de que fuera perfecto y de que correspondiera a lo que Víctor había pedido.
Aquí vino el primer golpe: el de ver que todos los collages eran válidos en su individualidad. ¡Ya no se trataba de aprobar, se trataba de reconocerme como artista. Pero aún era muy temprano para que yo lo entendiera!.
Llamada a la aventura
Empecé a asistir con más frecuencia a la universidad, aunque aún alternaba con la virtualidad. Fue entonces que conocí a quien sería una gran amiga, colega y compañera: Gabriela Parra. Con ella emprendí un viaje a lo largo de esta carrera. Se volvió la persona a la cual yo acudía en momentos difíciles, como aquella clase virtual de Principios de la danza II en la que Arnulfo Pardo Ravagli me citó, junto con otras compañeras, para decirme que no estaba cumpliendo con los parámetros de la asignatura. Gabriela me motivó, me ayudó a recordar que la danza era algo muy valioso para mí, y yo empecé a notar que debía exigirme más.
La clase de danza, aunque retadora, era muy gratificante para mí; era ese sueño de niña que yo por fin estaba cumpliendo. Mis notas, sin embargo, no demostraban que fuera buena. Recuerdo haber vivido ese momento con mucha frustración, apenas uno de muchos momentos de crisis que tuve que vivir durante la carrera.
Al mismo tiempo mi amor por la actuación estaba intacto. Fue entonces que conocí a un maestro al que admiro mucho, Jorge Mario Escobar en Principios de actuación II, quien con su clase dinámica llena de juegos de atención, escenarios imaginarios para improvisar y ejercicios de estatus me hacía recordar las clases de actuación que tomé de pequeña en la Casa del Teatro Nacional, quien a través de sus actividades me mantenía activa y presente.
En Elementos de la puesta en escena II, María Adelaida Palacios nos asignó el estudio de las técnicas de Jacques Lecoq. Allí descubrí la posibilidad de utilizar el cuerpo como un instrumento narrativo, de transmitir emociones e historias sin necesidad de diálogo. Aprendí a ir «más allá del gesto», a encontrar la esencia de la acción y a darle una dimensión emocional y dramática, y pude poner en práctica estas herramientas en el cortometraje que mi grupo y yo hicimos para esta clase “Contenida”.
Luego empezó el cierre del Ciclo básico con el montaje de “Nadie debería trabajar”. En ese momento el juego se volvió mi filosofía de vida: yo quería jugar todo el tiempo y no sólo de manera aleatoria, quería un juego con reglas. El proceso, dirigido por Felipe Vergara, fue muy creativo y estuvo lleno de muchas propuestas. Mi grupo de entonces logró nutrir bastante el resultado final. Llevo muy marcado uno de mis textos del montaje:
“A todos nos encanta que nos digan que estamos locos, que estamos mal de la cabeza.
¿Por qué? Ni idea. La locura, la real… ¡Es una mierda!”
(F. Vergara, Nadie debería trabajar, 2021).
Encuentro con el mentor
Mi pasión por el juego se hizo más grande en tercer semestre, cuando empecé a explorar la Técnica de Clown con Jorge Mario Escobar y Catalina del Castillo. Por primera vez me encontré con un potencial cómico que no sabía que tenía. Aprendí también a burlarme de mí misma y aceptarme como soy, siempre con un ánimo juguetón y divertido. Simultáneamente hice parte del montaje del ensamble interdisciplinar “Para: Bellum”, dirigida por la maestra Elena Sterenberg, allí descubrí las maneras en las que se pueden construir un ensamble colectivo y una dramaturgia a partir de la autorreferencia y las vivencias propias. Me llevó un tiempo apropiarme de esto, ya que encontraba muy poca inspiración en los referentes que conocía y en mí misma.
En Laboratorio de composición coreográfica, con el maestro Humberto Canessa, entendí que, aunque no soy coreógrafa, tengo un interés por componer a través de la acción. Una vez más pude concebir el cuerpo como un instrumento narrativo, que es capaz de transmitir emociones y narrativas sin necesidad de diálogo. Sin que yo tuviera consciencia de ello, allí estaba implícito el teatro gestual.
Retomé mis búsquedas en la danza. Guiada por Rafael Nieves y Juana María Galindo, cursé Técnicas de introducción a la danza contemporánea y aprendí nuevas habilidades físicas. Con técnicas como las de López y Zambrano, este espacio me brindó una nueva perspectiva sobre cómo el cuerpo puede ser un vehículo para comunicar. Me di cuenta que no podía dejar de lado la danza, de que era algo que tenía que seguir entrenando día a día para ver sus frutos.
El Laboratorio de diseño para la escena fue una experiencia igualmente formativa, aunque en un sentido completamente diferente. Con la maestra Milena Forero me enfrenté a una serie de retos y aprendizajes prácticos que fueron necesarios para que yo me viera no sólo como ejecutante, sino como una artista que tiene la capacidad de reconocer la importancia de los elementos de la puesta en escena. Me di cuenta de que el diseño para la escena no es simplemente una cuestión de estética, es una extensión de la historia que se cuenta y un medio para amplificar la experiencia del público. Este laboratorio me enseñó a valorar la importancia de cada detalle escénico, a tener mayor claridad sobre cómo cada decisión puede influir en la percepción y el impacto de una producción.
“En la raya”, dirigido por Jorge Mario Escobar y Carolina Mejía, fue un ensamble de actuación muy gratificante para mí. Pude jugar con los elementos de la actuación que ya tenía, presencié y participé en una puesta en escena de teatro colombiano junto a la profesora Alejandra Marín y surgió en mí la pregunta: ¿cómo a través de la comedia se pueden poner en evidencia las problemáticas sociales? Y descubrí que la risa era el arma más poderosa, que a través de ella podía lograr un recibimiento más suave y permanente mostrando lo absurdo y la hipocresía de la sociedad.
Experimenté con el teatro musical en materias como Puesta en escena de teatro musical, con Iván Andrés Chávez, y Técnica de jazz, con la maestra Gina Collazos. En esta última pude explorar, por ejemplo, la posibilidad de traer algunas herramientas de «mi clown» al baile, cosa que me hizo percibir la importancia de la interpretación no sólo para la actuación sino también para la danza. Yo siempre había estado en busca de un lugar donde la danza y la actuación dialogaran pero, aunque aprendí bastante de mi tránsito por este punto de encuentro específico, sé que el teatro musical no es lo que más me gustaría investigar, quería seguir con mi búsqueda de la danza y la actuación en armonía sin que sea teatro musical.
Al mismo tiempo fui descubriendo, en la asignatura de Composición a partir del texto dramático con María Adelaida Palacio, varios ejercicios de actuación y varias reflexiones alrededor del subtexto. Recuerdo que este laboratorio me costó mucho, pues mi manera de actuar era muy “clown”. En esta clase aprendí a tener más matices, a tener una concepción más amplia de la complejidad de la actuación y expandir mi mirada como actriz.
“Bocanada” fue mi ensamble de danza favorito en toda la carrera. Siento que en él se unieron la dramaturgia y la danza tal como yo lo buscaba. En este proceso tan gratificante, acompañado por Yovanny Martínez, aprendí a ser receptiva a las críticas constructivas y a colaborar para mejorar y perfeccionar la pieza. La dinámica de grupo y el feedback constante fueron vitales para desarrollar una composición que refleja nuestro esfuerzo conjunto y nuestra visión compartida.
La primera vez que ocupé el rol de productora recibí un impacto gigante: de repente entendí todos los requerimientos logísticos que tiene un montaje. Esto me exigió que desarrollara un papel multifacético y esencial, pues yo era responsable de la planificación, coordinación y ejecución de todos los aspectos que permitirían la realización exitosa de una puesta en escena (en este caso se trataba del ensamble de danza “Sacro”, de Jenny Ocampo y Mateo Mejía).
Internamiento a la caverna más profunda
Quise ampliar aún más mi rango actoral y cursé Técnica de actuación para la cámara con Camila Vallejo e Isabel Gaona. Probé la técnica de Meisner, que se basa en la autenticidad, la conexión emocional y la espontaneidad en el momento presente. En mi práctica de actuación para la cámara, a través de la repetición y la respuesta espontánea, volví a encontrar aquella facilidad que tenía para hacer roles de comedia, aunque tuviera una pequeña dificultad para el drama.
Para ahondar en mis exploraciones alrededor del movimiento, estuve en Técnica de danza urbana y contemporánea con Rafael Nieves y Ana María Benavides. Allí pude reencontrarme con la danza urbana, pero esta vez para tomar de ella bases que me ayudarían a encontrar mi movimiento auténtico, un movimiento donde encontraba mi perfil de movimiento a través de la improvisación lo cual complementa mi investigación principal. En el Laboratorio de dramaturgia del movimiento, con Jenny Ocampo, y en el ensamble interdisciplinar “En blanco”, dirigido por Adriana Cubides, adquirí herramientas de exploración, auto-reflexión y un profundo entendimiento de mí misma, un autoconocimiento desde mi cuerpo, el espacio y las posibilidades de moverse.
Muerte y resurrección
Hice un intercambio en el Institut del Teatre de Barcelona. Allí encontré, al fin, la relación que buscaba entre la danza y la actuación lo que había sido mi búsqueda durante la carrera, el maestro Moreno Bernardi plantea su clase de danza a partir de la técnica de Meyerhold, la cual se centra en la biomecánica basándose en el estudio y la aplicación de principios físicos al movimiento corporal para crear una actuación precisa y dinámica. Descubrí la importancia que tienen el ritmo y la energía en el movimiento para encontrar un equilibrio entre la fluidez y la energía dinámica, de esta manera dar vida a la actuación.
De la mano de Pere Sais, me encontré también con la Técnica de acciones físicas, empecé a entender los poderes psíquicos de este método, a través de los cuales mi imaginación dejaba de estar tan limitada y yo empezaba a alcanzar ciertos lugares nostálgicos y sensibles que antes había tenido bloqueados, llegaba a estos a través de las asociaciones. Allí descubrí que mi lado cómico era una máscara que yo misma había puesto para no mostrarme vulnerable, lo cual fue desapareciendo clase a clase con mi grupo.
Mi interés por la dramaturgia siempre había estado muy presente, así que lo exploré con Victoria Szpunberg. Además de aportarme nuevos elementos de inspiración y más maneras de escribir, esta clase me enseñó la importancia que tendría para mí la somática, ya que en esta clase leí “4:48 Psicosis de Sarah Kane” donde todos los pensamientos aleatorios fueron conspirando y llevándome estar interna en un hospital psiquiátrico como la obra que leí. Allí reflexioné sobre la importancia de que los procesos de aprendizaje y formación se lleven de manera consciente. Es crucial, para mí, priorizar el autocuidado, de la mano de todos los procesos somáticos que me han enseñado en la Javeriana y que olvidé aplicar en el Institut del Teatre.
Retorno con el elixir del conocimiento
Seguí con la exploración de las acciones físicas, ahora con una perspectiva más arraigada a mi contexto cultural. En la Técnica básica de acciones físicas acompañada por Fernando Montes, descubrí a través del movimiento y la acción a mi verdadera actriz interior, que tiene todo un mundo psíquico y energético por mover, conectar y florecer. Esta clase abrió mi subconsciente de artista y ha ampliado mi conocimiento actoral.
Ahora, en la fase final de mi carrera, concluyó mi proceso con dos ensambles: un ensamble de teatro gestual, dirigido por Leonardo Martinez “Memorias de un amnésico”, donde puedo poner en diálogo el ritmo y las partituras con el cuerpo y la actuación. El otro es un ensamble de danza “Mientras caemos” dirigido por Diana Salamanca, donde pude mostrar mi propio movimiento y donde se dieron muchos momentos para componer y crear.
Me voy de la carrera con todas las herramientas aprendidas, buscando crear un colectivo donde toda mi locura tenga un espacio para ser transformado el arte de manera somática, donde pueda construir obras en donde este diálogo que tanto busqué por fin aparezca, donde hagamos poesía pero que a la vez no pierda el lado cómico que tanto me caracteriza.